Elogio de la sencillez

Una silla en una terraza con vistas. ¿Para qué más?

Sabido es que vivimos en la era de la información. Hoy disponemos de más datos que nunca, lo que no quiere decir que estemos mejor informados. Se nos bombardea constantemente por los medios más diversos con supuesta información muchas veces falsa o exagerada.

Lo que al final se traduce en un enorme acopio de datos y una enorme desinformación.

Los medios de comunicación están sufriendo la crisis más importante de su historia. Se avecinan cambios drásticos (ya los estamos padeciendo) y este periodo de transición más o menos largo, muy doloroso, se traduce en la pérdida de receptores, es decir espectadores, oyentes y sobre todo lectores.

La prensa escrita se encuentra en un punto crítico, especialmente los diarios impresos. Tomo un dato al azar que corresponde a el pasado mes de mayo. La venta de los cuatro principales diarios impresos editados en Madrid, y de los dos de Barcelona, era de 533.182 ejemplares, casi 90.000 menos que el mismo mes del año anterior. Tendencia a la baja que se mantiene casi todos los meses.

Alfarería, la sencillez hecha arte

Supongo que hay muchas formas de enfrentarse a este problema, pero la más generalizada ha sido la de intentar recuperar lectores, oyentes y espectadores incrementando el sensacionalismo. Creen que la exageración vende.

Dicho esto (como dirían los sensacionalistas participantes en una tertulia), llegamos a donde yo quería llegar. El periodismo de viajes no es una excepción y se ha visto inundado por el tsunami efectista.

Cada día más, los reportajes y reseñas turísticas nutren sus titulares con superlativos, ya sea por arriba o por abajo. Los más, los mayores, los mejores… y también los menos, los menores, los peores… pero siempre en los extremos artificiosos. Paradójicamente, la prensa, cada vez más conservadora en esencia, se hace extremista en apariencia.

Lo “más”, en positivo, siempre ha gustado. A todos y todas les gusta ser el/la más guapo/a, el/la más listo/a. Incluso tener la más larga, aunque casi siempre esto no sea más que un desiderátum.

¿Cuántas veces vemos el título “Las playas más largas”, “Las ciudades más cosmopolitas”, “Los destinos más ocultos”, “Los restaurantes más exclusivos”…?

En contraposición, también gusta lo “menos”. “Los lugares menos contaminados”, “Los paraísos menos conocidos”, “Los vuelos menos caros”… Más y menos, no importa siempre que sean extremos.

Mu Tiezhu en una foto de los años 80 (Archivo)

En 1985, cuando yo era corresponsal en China, solía trabajar en mi despacho pequinés con un pequeño televisor portátil conectado en un rincón de la mesa. El volumen bajo para que no me distrajera demasiado, pero lo suficientemente audible para escuchar hablar en chino y familiarizarme con el idioma.

De vez en cuando retransmitían partidos de baloncesto. Yo seguía escribiendo hasta que, de repente, la muchedumbre del estadio vociferaba como si hubiera llegado el fin del mundo. La primera vez que sucedió esto me asusté un poco, alcé la vista y miré a la pantalla. Vi como los espectadores aclamaban la salida a la cancha de un jugador mucho más alto que los demás. Bramaban porque sabían que cuando Mu Tiezhu pisaba la pista, sus 2,28 metros de altura y unos 160 kilos de peso se adueñaban del juego. No era un buen jugador, ni ágil, pero era con diferencia el más grande. Y gustaba por eso, por ser “el más”, aunque fuera un superlativo sin gracia. A partir de ese día, cuando oía el griterío no hacía falta que mirase a la pantalla, sabía que “El Poste de Hierro” o “La Gran Muralla”, que así lo llamaban, había saltado a la palestra.

Una playa normal y una cerveza corriente, el magnífico «aurea mediocritas»

Pues ahora lo mismo. A los periodistas de turismo se nos pide que seamos otros Mu Tiezhu de la información, que escribamos sobre “lo más”, o “lo menos”, pero siempre sobre los extremos. ¿Dónde se esfumó el prestigio del término medio, donde Aristóteles decía que está la virtud? El aurea mediocritas (dorado término medio) hoy tiene muy mala prensa, nunca mejor dicho. Se ha perdido el placer de lo normal, de la sencillez, de la discreción, incluso el placer de la mediocridad.

Ingredientes sencillos para un manjar exquisito

Sin embargo, me gustaría pensar que aún hay gente como yo que disfrutamos con un paisaje cotidiano, con una ciudad normalita, con una comida sin artificios, con un amigo de los del montón.

¿Para qué quiero la playa mas larga del mundo si no la voy a recorrer? Tampoco la más pequeña, que seguramente se llenará de bañistas. A mi me gusta la que tiene sus justas dimensiones, no está lejos y en el chiringuito no me clavan demasiado.

Tranquilidad y buenos alimentos

¿Qué gracia tiene subir al rascacielos más alto del mundo si desde arriba no voy a ver nada pues me lo impiden las nubes, e incluso puede que me maree por la oscilación que produce el sistema antisísmico?

Frente a la fast food surgió hace tiempo la slow food. Pues yo, ni lo uno ni lo otro. La comida en su justa medida y su tempo correcto. Tranquilidad y buenos alimentos, o como diría un británico “Keep Calm and Carry On”.

El día que empecemos a ver publicados reportajes sobre lugares sencillos, discretos, ordinarios, normales… significará que las cosas se van arreglando.

FOTOS: PILAR ARCOS

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