La calle de los Polvos Azules

Calle de los Polvos Azules de Lima, Perú (Foto: P. Arcos)

Calle de los Polvos Azules de Lima, Perú (Foto: P. Arcos)

Paseábamos por el centro de la ciudad con un sol claro y un cielo azul no demasiado frecuentes en Lima, cuando el objetivo de la cámara de Pilar se topó con un rótulo callejero. “Mira Fernando ¡qué curioso!, Calle de Polvos Azules”. “Si hija, sí -le contesté- otro ejemplo de lo mal escritos que están los carteles de las calles”.
Hace unos días nos encontramos con otro en Aranda de Duero que decía: “CALLE EL ACEITE”. Entonces faltaba la preposición “de” Una simple “D”), ahora lo que falta es el artículo “los”: CALLE DE (LOS) POLVOS AZULES. “Signo de nuestros tiempos”, le dije a mi habitual fotógrafa. Ahora el Consejo de

Calle del Aceite en Aranda de Duero, España (Foto: P. Arcos)

Calle del Aceite en Aranda de Duero, España (Foto: P. Arcos)

Ministros ya no se reúne en la Zarzuela, lo hace en Zarzuela. Los manifestantes no van a la Puerta del Sol, se congregan en Puerta del Sol. Y nadie pasea por la Gran Vía, lo hacemos por Gran Vía.

Pero en realidad el bosque no me dejaba ver el árbol. Al margen de la sintaxis, ¿qué querría decir eso de “polvos azules”? En este caso más que la falta de un artículo determinado, el letrero limeño me evocaba alguna voluptuosa conjunción copulativa.
Polvos (en teoría) hay muchos. Desde aquellos que “engendraron estos lodos”, a los mágicos de la madre Celestina, o los que se echan… ya me entendéis, espero. “Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris” (Recuerda hombre, que eres polvo, y que al polvo volverás). Porque del polvo venimos, y aunque algunos lo asocien al polvo de rapé que se echaba en la nariz y acabó interpretándose como echar un flete, una vaina, un polvo… no sería extraño que en esta zona de la Lima histórica existiera alguna casa de fleteras, busconas, fulanas…
Y es que la belleza licenciosa pregonada de algunas limeñas ya quedó reflejada en el S. XIX en la frase de Max Radiguet, viajero y dibujante francés: “Lima, paraíso de mujeres; purgatorio de hombres; infierno de borricos…” («Souvenirs de l’Amerique Espagnole», París 1856), aunque la vox populi la acabase como “…infierno de casados.”

Calle de los Polvos Azules o Alameda de Chabuca Granda de Lima (Foto: P. Arcos)

Calle de los Polvos Azules o Alameda de Chabuca Granda de Lima (Foto: P. Arcos)

Polvos, de acuerdo, pero ¿por qué azules? ¿Serán polvos de la realeza de sangre y efluvios cobalto? ¿Azuletes para la ropa, como los de Clinton que pringaron el vestido de la Levinsky? ¿Polvos celestiales? ¿Polvos marinos, aunque el puerto más próximo, el del Callao, quede un poco lejos?
Pues resulta que aquí mismo, a pocos metros de la la casa de Pizarro, hoy Palacio del Gobierno, junto al río Rímac, el que da nombre a la ciudad, existía en el S. XVI una curtiduría o zurrador cuyo dueño, Gaspar de los Reyes, poseía una fórmula secreta para teñir de azul los cordobanes (cuero de macho cabrío). De ahí el nombre de la calle. Y cuentan que su esposa, una moza lozana, gustaba de visitar el taller en horas en las que él no se encontraba, y de pasearse entre los sobones zurradores de cueros, aunque no en cueros, porque al salir del local a altas horas de la noche la solían ver con inequívocas manchas azules en ciertas partes de su vestido, que correspondían con las más pudendas de su cuerpo.
La calle (o jirón), que se llamaba Santa (¡qué ironías!), pasó a llamarse Polvos Azules, también conocida hoy como Alameda de Chabuca Granda. Del puente a la alameda menudo pie la lleva…”
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Patagonia sin represas

Lago Grey, Patagonia chilena (Foto: Pilar Arcos)

Lago Grey, Patagonia chilena (Foto: Pilar Arcos)

De vez en cuando no tengo más remedio que dejar el tono irónico y chuzón que tanto nos gusta (a mí y a muchos de mis lectores, que me lo dicen). Esta es una de ellas. Porque el Parlamento chileno acaba de aprobar la ley de concesiones eléctricas que allana el camino a la construcción de cinco grandes embalses en la región de Aysén, en la Patagonia. Con ello peligra una de las zonas más bellas del planeta y de las menos contaminadas.
No es la primera vez que escribo de esto (ved La Patagonia en peligro. Por eso no voy a daros más la vara, y os remito a esa página publicada en enero de 2012 y todavía totalmente vigente, por desgracia.
Solo recordaros que una de las iniciativas (quizás ingenua) para tratar de concienciar sobre la necesidad de detener la construcción de las represas fue el lanzamiento del disco “Voces X Patagonia”, que reúne a tal fin las composiciones originales de quince artistas, y que te puedes descargar legal y gratuitamente en Portaldisc. Merece la pena, la poca pena de un simple download. En los dos primeros años de su lanzamiento, el álbum fue descargado cinco mil veces… y lo que queda.
Ahora dejemos que hablen sus protagonistas, los cantantes, que dicen verdades como puños arropadas por músicas que van de la cueca, al hip hop, de la protesta al folk rock… En “Voces X Patagonia” Ángel Parra hijo de Violeta, empieza fuerte: “Vienen con hambre los perros / y no respetan a naiden / cual jauría sin bandera / así son estos chacales / quieren clavar sus emblemas / de maldad y de codicia… La tierra no está a la venta / ni a empresarios ni al Gobierno…” Legua York, un grupo de raperos chilenos, espeta con la fuerza simple de sus rimas un tanto naífs: “Personajes ambiciosos parece no escucharon, primero privatizaron y ahora aplastaron… No me vengas con esa, Endesa”. Otro nivel es el del trovador comprometido y patagón Alonso Núñez cuando demanda: “Nómbrame un lugar del mundo / donde aún cante con ternura / un río de esos profundos / y mi gente su bravura”. O cuando Claudia Stern, madrileña de nacimiento, dice en “Voz en Río”: “Patagonia preciosa natural, ya exterminamos a su pueblo original / de su voz, de su canto sólo queda esta grabación…” E incluye a punto y seguido el sample del canto de un mapuche ya extinto, que pone los pelos de punta.
Y mientras tanto, al lado, el gobierno de Cristina Fernández ha adjudicado a un consorcio argentino-chino la construcción de dos mega represas, en este caso en la Patagonia Argentina.
“A veces me duele el canto mi Patagonia…”
(Prometo que el próximo post será más jocoso, palabrita)
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Piedras, pedruscos y palmeras en Monfortinho

Rocas fósiles en Penha García, y casas bajo las rocas en Monsanto

Rocas fósiles en Penha García, y casas bajo las rocas en Monsanto

Monfortinho puede ser una excursión de ida, pero también de vuelta. Después de haber estado por varios lugares de Portugal, recalamos en este paraje de la denominada Raya. La frontera con España no es que esté cerca, es que está a unos metros, en la otra orilla del río Erjas. Esta es tierra de piedras y pedruscos, pero también de un oasis con palmeras, el de las termas de Monfortinho y la piscina del hotel Fonte Santa.
De aquí hasta Madrid solo quedan unas tres horas de coche, dependiendo de como se pise el acelerador y el apego que se tenga a los puntos del carné. Coria, Navalmoral, Talavera…
Penha García, en las estribaciones de la Sierra Malcata, está a solo 18 km. de la frontera. Atrás quedó la blancura de las casas enjalbegadas del Alentejo y se impone la piedra berroqueña. El pueblo se asienta sobre una loma coronada por lo que queda de un castillo templario del s. XIII. Si se hace noche aquí, cosa que muy pocos hacen, es posible que sienta la presencia del fantasma de Don García, gobernador de la fortaleza, que una noche raptó a la hija de otro gobernador, el del cercano Monsanto. Cabreado el padre de la doncella, pero apiadado por los llantos de su hija, no le dio muerte, pero le cortó el brazo izquierdo. Hay quien dice que ahora vaga por allí la sombra del secuestrador entero, otros que solo la de su brazo. No se sabe que da más yuyu.
Lo que si es fácil que encuentre son panaderías. Aquí son famosas las “micas” y las “bicas”, panes de aceite. Y tampoco sería extraño que alguna vecina le haga una exhibición de “adufe”, un pandero cuadrado de origen árabe, cuya maestra indiscutible fue Catarina Chitas (1913-2003): “Toda la vida fui pastora / soy muy voluntariosa / nací para campesina / no para ir a la ciudad”, según reza un monumento (de piedra, claro) erigido en su honor.

Me tomo un descansito en la Fonte das Caldeiras de Monsanto

Me tomo un descansito en la Fonte das Caldeiras de Monsanto

Con todo, lo que más atrae en Penha García son sus rocas frecuentadas por montañeros (hay una escuela de escalada) en torno a la garganta y la presa del río Ponsul, y por los paleontólogos. Estos riscos cortantes de cuarcita eran hace 500 millones de años el fondo plano de un mar somero. Hoy forman una curiosa Ruta de los Trilobites de 3 km. de recorrido en el Parque Icnológico. Abundan las rocas fósiles en las que se aprecian una especie de culebras entrelazadas. Son en realidad el rastro que dejaron estos artrópodos al caminar por el fango.
Entre Penha García y Monfortinho está Monsanto. Muchas peñas, muchos montes. La que se ganó el título de “Aaldeia mais portuguesa de Portugal” en 1938 en un concurso nacional, y que exhibe orgullosa el galardón obtenido, un gallo de plata cuya réplica está clavada en la picota de la Torre del Reloj.
Subiendo las empinadas calles del Cabeço de Monsanto comprendemos que la villa nunca fuera ocupada. “Quien conquiste Monsanto, conquistará el mundo”, se decía. Aquí las piedras, los enormes pedruscos, no forman parte del paisaje, son el paisaje mismo, son parte de las casas aún habitadas, el tejado mucho más grande y pesado que la propia vivienda, y que parece desde hace siglos que las va a aplastar en cualquier momento. Me paro a descansar en la Fonte das Caldeiras, también de granito, y entro en una de esas casas trogloditas, un bar. En la pared una cita de José Saramago: “De piedras juzgaba el viajero tenerlo visto todo. No lo diga quien nunca vio Monsanto”.

Piscina del hotel Fonte Santa de Monfortinho

Piscina del hotel Fonte Santa de Monfortinho

Y por fin Monfortinho. O mejor dicho su hotel 4 estrellas Fonte Santa. Reposo del caminante. Un verdadero oasis en el berrocal. Verdes intensos en su vegetación ubérrima, azul turquesa en su piscina. Desde aquí puedo ir a las termas romanas aún en uso, a solo unos metros; hacer un safari fotográfico en la Heradade Vale Feitoso; o tomarme una caña, aquí la llaman «imperial» en recuerdo a una célebre marca algarveña, en el bar de la piscina. Empiezo (¿lo adivináis?) por el final, pero iré cumpliendo el itinerario paso a paso, día a día, como le dijo Rambo al coronel Trautman. Pero yo si siento las piernas… por ahora.
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Yo en Oporto… cha, cha, cha

Estatua de bodhisattva en la Rota do Chá

Estatua de bodhisattva en la Rota do Chá

Siempre que puedo, vuelvo a Oporto. Lisboa me entusiasma, pero la segunda ciudad (en habitantes) de Portugal no le va a la zaga. Oporto, El Puerto (en realidad los portugueses la llaman simplemente Porto) es agradable, amable, a la medida humana, paseable a pesar de sus numerosas cuestas.
Ahora está de moda el Oporto cool. Es el que promociona su Oficina de Turismo. Pero me sigue gustando más el tradicional, el de los seis puentes sobre el Duero; el de la Ribeira y los paseos en barca rabelo tomándome una cerveza local Super Bock (no confundir con la Bock alemana); el del tranvía do Carmo, que sigue funcionando casi solo para turistas; el de los cafés literarios de la Baixa; el de la librería Lello e Irmão, que parece la biblioteca de Harry Potter; el de los fados trasplantados en la Casa da Mariquinhas (no, no es eso); el de… Pero tengo que admitir que el otro Oporto, el de la modernez, tiene sus cosas buenas y pone de manifiesto que nos encontramos en una ciudad viva que se reinventa continuamente.
Así sucede en la calle Miguel Bombarda, de casi 700 metros, situada en el Barrio de las Artes. Si pasamos por ella en coche, sin prestarle demasiada atención, no nos llamará la atención. Pero si vamos a pie y entramos aquí y allá descubriremos una calle con muchos establecimientos alternativos, tiendas de ropa, galerías de arte, librerías con encanto, pequeños hoteles… Desde que comenzó su rehabilitación en 2008, esta rúa que lleva el nombre de un médico progresista de principios del siglo XX, se ha convertido en el referente de la movida portuense.
Jardín interior de la Rota do Chá

Jardín interior de la Rota do Chá

En el número 457 está La Rota do Cha. Debo de reconocer que la fachada no dice gran cosa, pero yo venía advertido y por eso he entrado. La primera impresión es la de un restaurante oriental nada del otro mundo. Dos pisos, en el de abajo, al fondo, hay un pequeño jardín interior cargado de vegetación, farolillos rojos chinos, mesitas bajas y cojines. De vez en cuando unas estatuas de Buda y bodhisattvas de falsa piedra pero aceptable factura.
Creado en 2003 por Miguel Ortigão, La Ruta del Té (que esta es la traducción de su nombre) es un remanso de paz en mitad de la ciudad en el que se puede comer algo y sobre todo tomar un té de primera calidad a buen precio, escogido entre las cerca de trescientas variedades que aparecen en su carta.
Es curioso que mientras en la mayoría de los idiomas occidentales esta bebida (la más extendida en todo el mundo después del agua) se conoce como té o algunos de sus derivados, en portugués se llame chá. La explicación es muy sencilla. Los holandeses, que fueron los primeros en traer las hojas de la camelia sinensis a Occidente, lo hicieron a través del puerto chino de Amoy, en la provincia de Fujian, donde en su idioma local lo llaman “the”. De ahí paso al holandés como “thee”, “tea” en inglés, “tee” en alemán, “thé” en francés, “té” en español, “tè” en italiano, “te” en sueco, noruego y danés… Todos de la misma raíz.
Pero los portugueses conocieron la infusión en Macao, donde se habla el cantonés y se pronuncia “cha”, casi igual que en chino mandarín. Portugueses, persas, japoneses e hindúes lo llaman “chá”. En turco se dice “chay”, “shai” en árabe, y “chai” en ruso. Dos formas muy distintas para referirse a una misma planta.
Casa Oriental, junto a la Torre de los Clérigos

Casa Oriental, junto a la Torre de los Clérigos

Evidentemente hay otras casas de té en Oporto, desde la nueva tetería del jardín del museo Serralves, hasta la tradicional Casa de Chá Ateneia en la Praça da Liberdade. Y tiendas para comprar las hojas, como la Casa Oriental de toda la vida (“Chá, café e chocolate”), junto a la Torre de los Clérigos. Pero dejadme que prefiera esta Rota do Chá. Porque yo, cada vez que vuelvo a Oporto, cha, cha, cha… Volver
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Arrieritos “semos”…

Arrieritos semos 01
Viéndome en la foto, y con lo que a mi me gustan los refranes, no puedo evitar titular este post “Arrieritos semos…” (y en el camino nos encontraremos). Aunque también podría ser “Tanto va el cántaro a la fuente…” Y es que me encuentro en el singular Museo del Cántaro de Valoria la Buena, Valladolid.
A la puerta del museo hay una de esas mamparas que tanto abundan hoy con un personaje chusco como de cómic y sin cabeza. El turista, es decir yo, pone la suya y se hace la foto-recuerdo del arriero-aguador. Si utiliza filtros de Instagram (no es este el caso) pues gustará más a la concurrencia feisbusera.
Valoria la Buena es un pueblo invisible de setecientos habitantes a sólo 27 km. de Valladolid, en la A-62. Invisible porque a la mayoría de los viajeros ni se les ocurre pararse allí, aunque motivos hay de sobra para hacerlo.
Su origen es celtíbero (yacimientos arqueológicos de Zorita-Las Quintanas, Edad del Hierro) y a la iglesia de San Pedro Apóstol (barroco s. XVII) y la ermita del Cristo de la Esperanza (ésta del s. XVIII) hay que añadir un interesante hotel-boutique-histórico en lo que fuera un castillo-fortaleza de la orden de Calatrava (coetánea de los templarios), transformado en palacio a finales del s. XVII, y hoy flamante hotel de cuatro estrellas con 14 habitaciones a cual más pochola, llamado Concejo Hospedería.

Valoria la Buena, Valladolid, desde la terraza del Concejo Hospedería

Valoria la Buena, Valladolid, desde la terraza del Concejo Hospedería

Pero seguramente todo esto, que no es poco, no os diga nada. Aunque si añado que Valoria la Buena es el pueblo en el que celebran la Nochevieja en el mes de agosto, seguro que a unos cuantos ya empieza a sonarles.
Pues sí, resulta que el 31 de diciembre de 1995 una gran tormenta causó un apagón general en el pueblo desde las 9 de la noche hasta la una y media de la madrugada, con lo que los valorianos no pudieron seguir por televisión las doce campanadas para tomarse las uvas. Ni siquiera el reloj de la iglesia funcionaba. Y como a grandes males, grandes remedios (otra vez un refrán), al joven y emprendedor alcalde, Francisco Javier Calvo Rueda, no se le ocurrió otra cosa que plantarse con su coche en mitad de la plaza, poner la radio y según daban las campanadas tocar otras tantas veces el claxon. Problema solucionado.
Pero muchos pensaron que, a pesar de la buena voluntad del corregidor, eso no era una Nochevieja como dios manda, y decidieron celebrarla el primer sábado de agosto del año nuevo, convirtiéndose la ocurrencia en una pequeña tradición que atrae desde entonces a más forasteros que ninguna otra cosa.
Más incluso que el curioso Museo del Cántaro, el único dedicado monográficamente a estos recipientes para contener agua de los que hay en exposición unos 700 y otros 400 en almacenes no visitables.
Seis salas eminentemente didácticas solo con cántaros, organizados por territorios y tipos de alfarería. Piezas en su mayoría del s. XX y alguna del XIX, porque más antiguas es difícil de encontrar, ya se sabe que “tanto va el cántaro a la fuente… que al final se rompe”. Aunque alguno se puede ver reparado con lañas (grapas para cerámica).
El museo es un proyecto del Ayuntamiento de Valoria la Buena, apoyado por la Junta de Castilla y León y la Diputación Provincial de Valladolid, que no se hubiera podido llevar a cabo sin la colaboración y esfuerzo de Gabriel Calvo y Margarita Martínez, apasionados de la alfarería tradicional española, que han cedido su valiosa colección, única en nuestro país.
Se calcula que en tiempos hubo unos 750 centros alfareros en toda España, de los que 22 estaban en la provincia de Valladolid. Ya solo queda un centenar escaso y hay quien vaticina que habrán desaparecido en un decenio, al menos en su forma tradicional de moldeado del barro. Volver
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Perros bonachones en un escenario inquietante

Posando con Jill. Afuera sigue nevando sin parar

Posando con Jill. Afuera sigue nevando sin parar

Mi smartphone asegura que en Madrid hay 32º. Debe de estar mal. No me lo puedo creer. Aquí hemos tenido hace unas horas hasta 6º bajo cero y ahora no debe de haber mucho más. Nieva copiosamente y apenas podemos salir del albergue. Si lo hacemos, corremos el riesgo de despanzurrarnos en el suelo helado. Estamos en los Alpes suizos a casi 2.500 metros de altitud.
Ayer, junto al Monte Matterhorn (Cervino), en Zernatt, tuvimos la suerte de que nos hiciera sol y Pilar pudo sacar buenas fotos de algunos perros san bernardos debidamente amaestrados para posar con los turistas por unos cuantos francos suizos. Pero hoy hemos retrocedido meses, nadie diría que estamos en pleno verano.
En el Hospicio del Puerto del Gran San Bernardo , en un albergue para perros con calefacción, poso con Jill (bueno, ella posa conmigo), una hembra de seis años, que junto con otra docena de canes posan y reposan entre los excitados viajeros. ¡Qué pachorra tienen los san bernardos! Es el premio de consolación por haber llegado hasta aquí, a un paso de la frontera entre Suiza e Italia. Los folletos presentan a los turistas en esta época del año recorriendo alegres las campiñas verdes y floridas en compañía de los perros, pero hoy nieva sin parar y todo está blanco o gris. Nos tenemos que contentar con verlos y tocarlos en sus aposentos de invierno.
La verdad es que no se sabe de donde viene el perro san bernardo. Hay quien opina que del moloso romano, y este a su vez del mastín tibetano. Lo cierto es que han sido utilizados por los monjes del convento para abrirse camino entre la nieve, que fácilmente llega a alcanzar los tres metros de altura, para acarrear mercancías en alforjas adaptadas y también como guardianes.
Las primeras referencias de estos perros en el hospicio datan del s. XVII. Enseguida, y seguramente de forma intuitiva, protagonizaron rescates de personas perdidas entre las ventiscas. “Barry” (“Osito” en el dialecto bernés) vivió entre 1800 y 1814 y se hizo famoso por haber salvado la vida de cuarenta personas. Incluso en esto los historiadores no se ponen de acuerdo, unos dicen que un lobo acabó con él, otros que murió plácidamente de viejo. Desde entonces disfruta del dudoso privilegio de estar disecado en el Museo de Historia Natural de Berna, y en el hospicio siempre hay un san bernardo que, en su recuerdo, recibe el nombre de Barry.
Turistas y san bernardos junto al monte Matterhorn (Cervino)

Turistas y san bernardos junto al monte Matterhorn (Cervino)

No le viene de ahí la costumbre de llevar un barrilete de brandy al cuello para reanimar a los rescatados. Es más, nunca han llevado este barrilete. Primero porque el alcohol es mal compañero de la hipotermia, y sobre todo porque lo del barril al cuello fue un invento de un joven artista inglés llamado Edwin Landseer (1802-1873), el de los leones de Trafalgar Square en Londres, al que no se le ocurrió otra cosa que añadir el barrilete al cuello de uno de los perros en su cuadro “Mastines alpinos reanimando a un viajero en apuros”. La idea gustó tanto que no hay san bernardo dedicado al turismo que se precie, que no lo lleve puesto en horas de trabajo.
Perros aparte, este hospicio de San Bernardo tiene algo de inquietante no solo por el clima. Nada más llegar no he podido evitar el recuerdo de la abadía benedictina en la que Umberto Eco sitúa la acción de “El nombre de la rosa”. Todo se le parece. La Sacra de San Michele, no lejos de aquí, también formaba parte de la Vía Francígena, una ruta medieval de peregrinación que unía Canterbury (Inglaterra) con el Vaticano (Roma), a través de Francia y Suiza, haciendo verdad otra vez el dicho imperial de que “todos los caminos llevan a Roma”. Hoy se quiere promocionar esta vía como otro de los posibles arranques del Camino de Santiago.
No me extrañaría que por aquí hayan pasado más de un Guillermo y un Adso envueltos en oscuras tramas de crímenes nefandos amparados por el aislamiento del lugar. Ambiente hay de sobra para ello, y si pudieran hablar nos lo contarían con pelos y señales los numerosos cuerpos que descansan en un depósito de cadáveres rescatados de la nieve, situado en el extremo este del convento. Dicen que se apilan de pié, unos contra otros, amojamados. Hoy, cerrada al público, silenciada en las guías de turismo, esta morgue es uno de los lugares más inquietantes de San Bernardo. Volver
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Turismo para masoquistas adinerados (que los hay)

“¿Has leído algún reportaje sobre el turismo en ese país? ¿Es caro mandar desde allí un SMS? ¿Hay wifi gratuito en el hotel? No te olvides las bermudas ni la camistea de tirantes. Vamos a relajarnos unos días y olvidar el estrés cotidiano…” Todo esto está anticuado, pasado de moda. Lo que ahora se lleva

Parte del anuncio aparecido a toda página en un diario español

Parte del anuncio aparecido a toda página en un diario español

(eso pretenden algunos) es todo lo contrario, es el masoquismo turístico, y encima caro.
La noticia saltó hace una semana. Un diario español publicaba una página entera y a color de una agencia online de viajes (cuyo nombre no daré pues por “Mamá quiero ser turista” todavía no se ha pasado a cotizar) ofreciendo viajes a Corea del Norte. Enseguida fue noticia porque, decían, era la primera de España. No es verdad, antes (tengo referencias al menos desde 2003) ya se podían hacer estos “curiosos” viajes a través de una agencia catalana con sede en la calle Córcega de Barcelona. Pero la novedad es que ahora en vez de tratar de obviar los aspectos más incómodos del destino, se ensalzan como si fueran atractivos. (Sarna con gusto…).
Sobre una imagen del “Brillante Camarada y Joven General” respaldado por la bandera nacional, el eslogan utilizado en el reclamo es “La oportunidad de vivir una experiencia única”. ¡Y tanto”. Pero no aclara por qué es única, aunque luego da unas pistas. Y es única porque el país es único. La última dictadura de corte estalinista del mundo. La única regida por una dinastía padre-hijo-nieto de sátrapas. La única que todavía navega contracorriente de la historia. País al que el año pasado solo accedieron 3.500 extranjeros. Por algo será.
Los promotores de esta promoción refuerzan su postura asegurando a la agencia Efe que pisar territorio norcoreano es algo único, ya que muy poca gente puede decir “Yo he estado en Corea del Norte”. Es verdad. Hasta ahora solo los que hemos viajado desde el sur a la frontera entre las dos Coreas y hemos pasado la raya en la casa azul de Panmunjom, donde se celebran las infructuosas conversaciones desde 1953, éramos los únicos que recibíamos de las tropas de la ONU un certificado, que costaba un dólar, y en el que se decía bien claro: “Fulanito de Tal (en mi caso yo) ha pisado suelo comunista de Corea del Norte, a tanto de tantos. Firmado: el coronel Menganito”. Pero entrar de verdad en aquel país es otra cosa, aunque solo por el hecho de que sean pocos los que han hecho algo no quiere decir que eso sea apetecible. Pensad, por ejemplo, en algunos tipos de comidas repugnantes que no hay por qué ser de los pocos que las han comido.
Las características del viaje ofrecido están bien claras y marcadas en el anuncio con explícitos dibujos de prohibición al estilo de las señales de tráfico. (Cito textualmente):

1. No está permitido el acceso a periodistas y fotógrafos.
2. No se podrá utilizar su tarjeta SIM ni dispositivos GPS.
3. No está disponible el acceso a internet.
4. Restricciones de vestimenta.

Es decir, nada de cámaras de aspecto más o menos profesional. Nada de móviles ni GPS. Allí se podrá comprar una tarjeta SIM local, aunque avisan que “la señal es muy irregular”. Nada de ordenadores, tabletas ni dispositivos con acceso a internet. Nada de pantalones cortos, camisetas escuetas, ni ropa indecorosa. En todo momento estará acompañado por dos guías que harán que se cumplan estas normas. Se visitarán fundamentalmente escuelas, fábricas y monumentos construidos en los últimos sesenta años.
Para conseguir el visado habrá que declarar datos muy personales como el trabajo actual (nombre de le empresa y cargo), y asegurar que el único fin para viajar allí es el turístico y que las fotos que se tomen solo serán para uso personal. Como lo oís (leéis).
Y llegamos a la parte económica. El viaje dura 8 días / 7 noches, cuesta 1.450 euros y sale desde Pekín.
Una vez informado del invento, se me ocurren muchas consideraciones al respecto. Algunas de tipo político, las menos importantes. Hay quienes creen que no se deben hacer viajes de placer a las dictaduras, yo no soy uno de ellos. Por muy cerrados que estén esos países, a la larga algunas divisas y algunas influencias, aunque sean pocas, llegarán de alguna manera al sufridor pueblo. (¡Que nos van a contar a los españoles!).
Otras consideraciones en contra son estrictamente de tipo económico. A los 1.450 euros hay que añadir el viaje a Pekín y la estancia y comidas en la capital china (no incluidos), que fácilmente pueden suponer otros 3.000 euros. Es decir, un total de unos 4.500 euros a cambio de poca cosa. Por un dinero parecido, alguna agencia (que tampoco citaré por la misma razón) ofrece una vuelta al mundo de casi veinte días.
Y hay más consideraciones. De filosofía del viaje, por ejemplo. Que queremos conocer la cultura coreana, pues lo tenemos mucho más fácil, ahí está Corea del Sur, tan coreana como la del Norte y mucho más accesible. Otra agencia, también de Barcelona (calle Vía Augusta) ofrece un viaje por Corea del Sur de 9 días / 8 noches por 2.365 euros con todo tipo de comodidades.
De lo que no hay duda es que turistas masoquistas y adinerados haberlos haylos. Y de que con todo este tinglado el éxito publicitario lo han alcanzado, aunque la página del diario utilizada cueste más de 57.000 euros, según la tarifa oficial. Inversión bien utilizada por la agencia que se ha visto en boca de muchos que antes ni tenían idea de su existencia. Volver
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Mexicaneando a tope

En el Lienzo Charro de Jalisco en plena charreada

En el Lienzo Charro de Jalisco en plena charreada

En lunfardo, la jerga de Buenos Aires, “mexicanear” es un término peyorativo, algo así como robar a un ladrón. En “Conversaciones en la catedral”, el peruano Vargas Llosa utiliza “mexicanadas” para referirse a los dramones de sucesos publicados en los diarios. A mí me gusta emplear “mexicanada” como algo muy mexicano, al igual que “españolada” es algo muy español. “Mexicanear”, remedando a “españolear”, es hacer algo muy típico mexicano, un estereotipo. Y para mí lo más típico de México, además del tequila (que ya llegará) y el mariachi, es la charrería y la lucha libre.
Estoy en Guadalajara, Jalisco, y es domingo. Por la mañana me he ido al Lienzo Charro de Jalisco, detrás del Parque Agua Azul, donde casi todos los domingos a las 12 vienen charros de todo el país a ejercitar su arte, su deporte, su espectáculo.
El recinto parece una plaza de toros, pero sin sangre. Las charreadas a los no iniciados nos pueden parecer algo así como rodeos, pero no se lo digas a un mexicano que te corre. Es el deporte nacional por excelencia y tuvo su origen en los trabajos que en las granjas y haciendas hacían (y hacen) los “charros”, palabra originaria de Salamanca (España) y que podría provenir de “chauch”, que en el mozárabe andaluz significaba “pastor” o “jinete”.
Hay muchas similitudes con los toros, pero una gran diferencia: la ausencia de la tragedia. Aquí todo es festivo, y la “Santa Muerte”, tan querida por los mexicanos, está excepcionalmente ausente. En el ruedo, con el suelo de arena, los jinetes trajinan de acá para allá mientras suena la música, o el locutor explica lo que sucede (lo que agradecemos los cuatro extranjeros que estamos presentes).
Tan pronto se jinetea a las yeguas, es decir, se monta yeguas brutas (sin domesticar), como a los toros, hasta que el charro cae al suelo o la bestia se sosiega. O se detiene con el lazo a una potra al galope (eso se llama piales), o agarra el jinete desde su montura el rabo de un toro y lo enrolla en su pierna hasta derribarlo. Esta suerte se llama colas.

Una de las suertes de la charrería es la cola: agarrar el rabo del toro para derribarlo

Una de las suertes de la charrería es la cola: agarrar el rabo del toro para derribarlo

En un momento dado se unen al espectáculo las mujeres, vestidas como adelitas o soldaderas (reminiscencias de la época revolucionaria: “Si Adelita se fuera con otro/la seguiría por tierra y por mar…”) y evolucionan en grupos de a ocho amazonas. A esto se le llama escaramuzas. El ambiente es distendido, de jolgorio, sobre todo si se tiene la suerte de que Javier Sánchez Sánchez, destacado “bigotón” de la Asociación de Charros de Jalisco, haga de cicerone.

En la Arena Coliseo de Guadalajara a pie de ring

En la Arena Coliseo de Guadalajara a pie de ring

Después de comer en El Abajeño de Tlaquepaque, naturalmente con música de mariachis en vivo y caballitos de tequila, sigo mexicaneando y para ello me voy esta vez al barrio de Analco, a la calle Medrano número 67, que es donde está la Arena Coliseo de Guadalajara, el estadio de lucha libre más famoso del país junto con el Arena México del DF. Más de medio siglo albergando esta mezcla de deporte y teatro, de preparación física y pantomima.
A pie de ring, las gotas de sudor caen de vez en cuando y manchan el objetivo de la cámara fotográfica. Llaves aéreas increíbles. Estruendo de los cuerpos musculados al caer sobre la lona. Gritos intimidatorios entre los púgiles. De un lado las máscaras, los que se cubren la cabeza, suelen ser los “buenos”. Del otro los cabelleras, a cara descubierta, son los que más reciben y los que suelen perder. De vez en cuando los luchadores caen o se tiran fuera del ring, algunas veces caen sobre el público de la primera fila y siguen luchando. Como hoy es domingo, las funciones son especiales para las familias. Muchos niños entre los espectadores, aficionándose. Muchas mujeres que lanzan improperios contra los “malos”, quienes no se cortan a la hora de responder al respetable: ¿Te has mirado al espejo, pendeja?”.

Una vez más la máscara vence a la cabellera

Una vez más la máscara vence a la cabellera

Hoy luchan como estrellas Delta, El Gallo y La Sombra (máscaras) contra Los Revolucionarios del Terror: Dragon Rojo, Pólvora y El Rey Escorpion (cabelleras). Será todo lo teatro que queráis, pero los golpes son auténticos (que casi me alcanzan) y se trata de verdaderos atletas que cumplen una misión higiénica social muy importante.
Acabo la jornada más “mexicaneada” de cuantas he disfrutado en este apasionate país mientras me acuerdo de lo que dijo el escritor Carlos Monsiváis: “En México hay dos teatros verdaderamente populares, el primero es la lucha libre y el segundo es la política”. Volver
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Borracho y trovador

José Azanza Jiménez me firma un ejemplar del libro que ha escrito sobre la figura de su tío José Alfredo Jiménez

José Azanza Jiménez me firma un ejemplar del libro que ha escrito sobre la figura de su tío José Alfredo Jiménez

He hecho la prueba con todo el que se ponía a tiro. Les he pedido que me dijeran dos canciones mexicanas de las que se acuerden. En casi todos los casos al menos una era de José Alfredo Jiménez, en algunos las dos, aunque ellos no lo supieran. “Pero sigo siendo el rey…”, “Y te vas, y te vas, y te vas, y no te has ido…”, “Entonces yo daré la media vuelta…”, “Ojalá que te vaya bonito…”, “No me amenaces, no me amenaces…”.
Y es que José Alfredo Jiménez es uno de los autores más interpretados, al menos en español. Miguel Aceves Mejía, Luis Aguilar, Javier Solís, Pedro Infante, Jorge Negrete, Vicente Fernández, Lola Beltrán, María Dolores Pradera, Chavela Vargas, Luis Miguel, Joaquin Sabina, Ana Belén, Antonio Aguilar, Plácido Domingo, Lucha Villa, Julieta Venegas, Maná, Enrique Bunbury, Pasión Vega, etc, etc… han cantado a su manera algunas de sus más de 300 composiciones entre rancheras, huapangos y corridos.
“El Rey”, “Un mundo raro”, “El jinete”, “Si nos dejan”, “La media vuelta”, “Cuatro caminos”, “Que te vaya bonito”, “No me amenaces”, “Amanecí en tus brazos”, “Te vas o te quedas”, “Me cansé de rogarte”, “Cuando vivas conmigo”… figuran ya entre las canciones más populares (y mejores) del pasado siglo XX.
Mi favorita es sin duda “Un mundo raro”. Se la oía cantar a mi padre en los años 60, y solo mucho tiempo después la adopté como propia: “Y si quieres saber de mi pasado / es preciso decir otra mentira, / les diré que llegué de un mundo raro, / que no sé del dolor, que triunfé en el amor, / y que nunca he llorado…” Aunque para tomar tequilas no hay ninguna mejor que “Llegó borracho el borracho”.

El lienzo pintado por Octavio Ocampo, uno de los principales atractivos de la casa-museo de José Alfredo Jiménez

El lienzo pintado por Octavio Ocampo, uno de los principales atractivos de la casa-museo de José Alfredo Jiménez

Ha sido uno de los mejores y más entrañables momentos de mi último (por ahora) viaje a Guanajuato; conocer a José Azanza Jiménez (jazanzaj@hotmail.com), sobrino de José Alfredo, en la casa museo que dirige en la patria chica del cantante, el pueblo de Dolores Hidalgo. Abogado, alcalde (presidente municipal) de su ciudad por el PRI, diputado local y federal, subprocurador general de Justicia, magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Gobierno del Estado de Guanajuato, don Pepe ha hecho de todo, pero de lo que se siente más orgulloso es de ser su sobrino. Convivió con él desde los 10 años hasta su muerte en 1973. A Azanza le gusta hablar de su tío, difundir la figura del mejor cantautor mexicano de rancheras. Parece que solo viviera para eso.
Estamos en la tienda de recuerdos del museo donde me firma y dedica un ejemplar de la tercera edición del libro de su autoría “Mis vivencias con José Alfredo Jiménez. Anécdotas desconocidas y una canción inédita”. Hasta aquí llega el olor del señorial jazmín que crece en el patio junto a varias azaleas.
Habla y no para de lo que les costó recuperar y reconstruir la casa donde nació José Alfredo y que fue inaugurada en 2008 como museo. Cuenta maravillas del mural de Octavio Ocampo, que preside una de las salas y que con la técnica metamórfica inigualable del maestro de Celaya integra muchas figuras del cantante y sus amigos (incluido Sabina) a modo de pareidolias o trampantojos.
Me explica pasajes del libro, que luego me voy a beber de un tirón en el avión de vuelta a España, y que se me antojan como sacados de un película de Cantinflas. Como cuando a su tío le paró un policía urbano por una infracción de tráfico y le preguntó “¿Qué dicen los discos? Pues a’i jalando… unos más que otros, pero todos bien”. Al final el agente le perdonó la multa, no sin antes de que José Alfredo “le diera para su refresco”.
O como ese otro de cuando se encontraba de visita en España (vino dos veces, pero nunca a actuar) y en Las Ventas vio a una mujer hermosísima que quiso conocer (en el amplio sentido de la palabra) pero el enorme gentío de la plaza de toros se lo impidió. Horas después, mientras comía en un restaurante, apareció la moza como por ensalmo. Lo dejó plasmado en la canción “Las ciudades”: “Te vi llegar y sentí lo que nunca / jamás había sentido…”. Se conocieron y ¿hubo tema?, le pregunto a Pepe. Con él siempre había tema.
Según Azanza, lo que pasaba es que su tío era “hipersensible”, para todo y sobre todo para el amor. Asunto del que no ahonda demasiado en el libro.
En la canción “El hijo del pueblo” José Alfredo dejó bien claro que se consideraba a sí mismo “borracho y trovador”, faltaba un tercer adjetivo, mujeriego. Se le reconocen tres esposas y las regalías (¡que hermosa palabra para referirse a los derechos de autor!) de sus canciones las reciben cuatro mujeres que tuvieron hijos con él. Otra renunció a esos derechos. Paloma Gálvez (la primera esposa), Alicia Juárez (la última), Irma Donantes, Columba Rodríguez, Irma Serrano, Lucha Villa, Lola Beltrán y Mary Medel, son solo algunas de las famosas con quienes estuvo relacionado. También con Chavela Vargas, pero con ella, como era de esperar, no hubo tema, solo tragos. De la cantante de rancheras Alicia Juárez, con la que grabó un disco a principios de 1970. se enamoró perdidamente. Se casó con ella en Oakland, California, por el rito de una secta protestante. José Alfredo era ya un cuarentón envejecido y Alicia una bellísima chica de solo 16 años. Como regalo de boda le compuso “Yo debí enamorarme de tu madre”. José Alfredo hijo, un año mayor que su madrastra, la llamaba Fanta, “porque estaba bien buena”.
El 23 de noviembre de 1973, con solo 47 años aunque aparentaba más de sesenta, José Alfredo Jiménez moría de cirrosis hepática, como no podía ser de otra manera. En su mausoleo de Dolores Hidalgo se puede ver el epitafio que él mismo eligió: “La vida no vale nada”. ¡Qué grande! Volver
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Doblemente viajero

Zhu Bangzhao, embajador de China, presenta el libro en Madrid (Foto: Pilar Arcos), y portada de la edición de 1592

Zhu Bangzhao, embajador de China, presenta el libro en Madrid (Foto: Pilar Arcos), y portada de la edición de 1592

“Quien no ha subido a lo alto de las sierras no sabe la altura del cielo; quien no ha llegado al hondo de los valles no sabe cuán gruesa es la tierra…” (Xun Zi, filósofo confuciano del siglo II a.C., “Espejo rico del claro corazón” Pág. 131, Madrid 2013).
Después de leer este aforismo en una edición de 1959 que compré en 1980, cambió mi forma de ver los viajes. No he leído un elogio mayor de los viajes, ni una invitación más clara al desplazamiento. Porque hay muchas formas de viajar. Una de ellas es leyendo un libro que nos transporte a otros lugares físicos o mentales. Y este es un libro doblemente viajero, porque nos lleva a China, una China antigua, y porque su autor (puede que sin saberlo) sea uno de los viajeros más fascinantes de la antigüedad.
Dentro de los actos programados para celebrar el 40 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China, se ha presentado en el Centro Cultural de China en Madrid una edición especial del libro “Espejo rico del claro corazón”, traducida por Fray Juan Cobo y publicada por primera vez en 1592.
Solo por ser la primera obra china traducida a una lengua occidental, el castellano, ya sería suficiente razón para considerarlo un libro importante, pero es que además se trata de una selección de 673 máximas, aforismos, proverbios, paremias, atribuidas a más de cien maestros chinos anteriores a la dinastía Ming (1368) entre los que se encuentran Confucio, Mencio y Lao Zi. Durante muchos siglos esta obra recopilada por Fan Liben en 1393 ha servido para que millones de niños tanto en China, Corea, Vietnam o Japón aprendiesen a leer, escribir y, sobre todo, se forjaran una mentalidad que hoy podríamos llamar oriental, pues mezcla la filosofía confuciana con la budista y la taoísta.
Portada de la edición de 2013

Portada de la edición de 2013


“Espejo rico del claro corazón” es la traducción que hizo Juan Cobo de “Beng sim po cam”, transliteración de los caracteres chinos según el dialecto minnan (hablado en el sur de China) de los inmigrantes chinos en Manila, con los que Cobo aprendió el chino. Hoy, en el sistema pinyin, se escribiría “Ming xin bao jian”, literalmente “Limpio corazón tesoro espejo”. Y se podrá traducir por algo así como “Espejo precioso del alma” en el sentido de “Espejo precioso que ilumina el alma”.
Se da la circunstancia, además, de que el único ejemplar manuscrito que se conoce se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde se conserva como una de sus joyas más importantes, y a donde llegó tras permanecer oculto por más de tres siglos en los fondos privados de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial.La edición que ahora se ha presentado dentro de la biblioteca de clásicos de Deloitte, añade unas valiosísimas notas de Zhao Zhengjiang, director del Centro de Estudios Hispánicos de la Universidad de Pekín, y unas magníficas ilustraciones de Shi Tao (1642-1707), uno de los pintores clásicos más importantes de China.
Fray Juan Cobo (Alcázar de San Juan 1547–Taiwán 1592) fue misionero dominico, diplomático, traductor, astrónomo, sinólogo… y gran viajero. Con 40 años de edad los muros del convento se le quedaron estrechos y pidió a sus superiores que le enviasen lo más lejos posible, a la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas. En principio solo consiguió ir a México (1586), donde permaneció un año y medio. Sus críticas al virrey Álvaro Manrique de Zúñiga por “abuso de jurisdicción” le valieron el destierro a las Filipinas. No sabían sus verdugos que era precisamente lo que él quería. Y mientras el virrey se enfrentaba a la Inquisición, que llegó a embargarle sus bienes (“hasta la ropa blanca de la marquesa”), el fraile llegaba con lo puesto a Manila en 1588. Allí se fijó otra meta: China, y para ello aprendió rápidamente el idioma chino, aunque no el mandarín, sino el dialecto de Fujian. En dos años dicen que aprendió tres mil caracteres y, según él mismo escribió en una carta, traducía libros de una a otra lengua y, entre ellos, uno de itinerarios que le habían traído de la China. Lástima que esta primera guía turística del gran país asiático no haya llegado hasta nuestros días.
Juan Cobo viajó por toda la zona como enviado especial de Felipe II. En el Japón de Totoyomi Hideyoshi estuvo cuatro meses hasta disipar los temores de una invasión nipona de las Filipinas, y fue precisamente cuando volvía a Manila, en 1592, cuando un gran tifón hizo zozobrar su barco yendo a dar con sus huesos en el norte de la isla de Formosa, donde los aborígenes le dieron muerte. El “Espejo rico del claro corazón”, dedicado al príncipe Felipe III, acababa de publicarse. Volver
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Calahorra, dobles parejas

Cipriano Alfaro y Esther Barco nos muestran algunos de los pinchos del bar "Las Vegas". Foto: Pilar Arcos

Cipriano Alfaro y Esther Barco nos muestran algunos
de los pinchos del bar «Las Vegas». Foto: Pilar Arcos

Calahorra no es un pueblo, es una ciudad. O mejor aún, es una ciudad-pueblo. Tiene lo bueno de las ciudades en un tamaño de pueblo. Creo yo. Dualidad pura. Segunda localidad de La Rioja, después de Logroño, sus 30.000 habitantes se agrupan en una población que trepa desde la orilla del río Cidacos hasta el Kala Gorri, “Cerro Rojo” (de ahí su nombre), o la Gara Gorri, “Altura Roja”.
Y es la desembocadura del Cidacos en el Ebro la que provoca un meandro (herradura) en el que se dan las mejores condiciones para cultivar una de las huertas más importantes de España. No es extraño pues que Calahorra se defina como la “Ciudad de la Verdura”.
Precisamente acaban de celebrarse aquí las XVII Jornadas Gastronómicas de la Verdura a las que se han adherido un grupo de restaurantes y bares de la ciudad. Uno de ellos es “Las Vegas”, una tasca clásica que pasa por ser el establecimiento con más variedad de pinchos de Calahorra. Pequeñita, recoleta, no desentonaría si estuviera en el Casco Viejo de Donosti o de Bilbao. Su calidad ha traspasado fronteras y hasta Arguiñano la recomienda en sus programas de TV.
El alma de “Las Vegas” la ponen sus propietarios, el matrimonio compuesto por Cipriano Alfaro y Esther Barco, “calagurritanos de honor” desde 2008. Fue el padre de Cipriano, Ángel, quien abrió la casa de vinos en 1963 en la calle Toriles, y desde entonces su fama no ha hecho más que crecer. Como en el “Soriano” de la mítica calle Laurel de Logroño, aquí la estrella es el champiñón, pero Esther nos asegura que “Las Vegas” ha ido evolucionando y, aunque mantienen sus clásicos pinchos de champi, y los de croquetas, tratan de tener siempre novedades en el mostrador. Se siente orgullosa del ajoblanco de espárrago con huevas de salmón, del crujiente de coliflor con crema de manzana asada, de la alcachofa fresca sobre tartaleta de hojaldre… pero últimamente reconoce que su debilidad es el tartaki de atún rojo sobre caponata de verduras. “Hay quien lo prueba y cree que está comiendo carne”. No es para menos.

Detalle del retablo del martirio de San Emeterio y San Celedonio, restaurado en 2011, en la catedral de Calahorra. Foto: Pilar Arcos

Detalle del retablo del martirio de San Emeterio y San Celedonio, restaurado en 2011, en la catedral de Calahorra. Foto: Pilar Arcos

Para encontrar a otra pareja fundamental en Calahorra, aunque algo más antigua, bajo hasta la catedral que, extrañamente no se encuentra en el centro de la población, sino en un extremo, casi extramuros, junto al río. El motivo es que allí, en un arenal fueron decapitados los mártires San Emeterio y San Celedonio, hoy patronos de la ciudad.
Corría el río muy cerca de su desembocadura y el siglo III muy cerca de su final, y dos hermanos naturales de León, que recibían su salario en la Legión Gemina VII, admitieron profesar la religión cristiana. Visto desde hoy no es nada raro, pues su padre, San Marcelo, fue un centurión romano también cristiano, que acabó como patrono de León. Emeterio y Celedonio tras hacer públicas sus creencias religiosas fueron encarcelados y torturados, y como nada les hizo renegar de su fe, los dos legionarios de Cristo fueron decapitados. Al parecer, sus cabezas fueron arrojadas al río y llegaron hasta Santander. Como suena. Hoy son pluripatronos de la capital cántabra y de Calahorra. ¿Cómo llegaron tan prominentes testas a Santander? La lógica diría que río abajo hasta el Ebro y de allí al Mediterráneo, y pasando por el Estrecho de Gibraltar al Atlántico y al Cantábrico. Pero a la fe no le gusta dar tantas vueltas, va más directa, mueve montañas y ríos. Una tendencia dentro de la fe cree que los santos despojos remontaron el Ebro hasta Cantabria. Mientras que otros creen que llegaron hasta la Bahía de Santander a bordo de un barco de piedra y encallaron en el islote de la Horadada que, encima, hoy se encuentra frente a la Playa de los Bikinis. Volver
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4 comentarios (+¿añadir los tuyos?)

  1. cesar
    Abr 29, 2013 @ 15:49:27

    Humprey Bogart decía que uno no era verdaderamente famoso hasta que no sabían deletrear su nombre en Borneo y yo pienso que un lugar no es conocido gastronomicamente hasta que no habla de el Fernando Pastrano

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  2. delmo
    May 12, 2013 @ 10:25:46

    La verdad es que todos tus comentarios sob tan sabrosos como los platos de los lugares que nos presentas en tu blog.

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  3. Oscar.
    Jun 17, 2013 @ 11:00:50

    Me hiciste » viajar » Fernando, y la foto de la charreada, de exposición. Muchas gracias !!
    ON.

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