Essaouira, la ciudad y los gatos

Vargas Llosa en su primera y, para mi, mejor novela, “La ciudad y los perros”, describe el mundo cerrado de una escuela militar de Lima. Los cadetes eran los perros que vivían y se movían en un mundo cerrado. Cuando la leí por primera vez me impresionó mucho. Años después, cuando visité Essaouira, pensé que me encontraba en la ciudad de los gatos. Es verdad que en todo Marruecos hay muchos gatos, pero en esta ciudad portuaria del Atlántico cobran un especial protagonismo.

La medina de Essaouira es la vieja ciudad intramuros. Edificios azules y blancos de hasta cuatro pisos, relativamente altos en comparación con otras medinas marroquíes. Calles bastante limpias y tranquilas por las que el visitante puede pasear sin sentir la sensación de inseguridad. Dentro de la medina no venden alcohol, la proximidad de las mezquitas impide que se pueda tomar ni una cerveza. Es lugar para el paseo, para beber té verde con hierbabuena y contemplar gatos, centenares (¿miles?) de gatos, los auténticos señores del lugar, melancólicos e indolentes, tristes y azules, como los de Roberto Carlos.
Se achaca esta proliferación felina a la religión, y aunque no hay ninguna indicación escrita que lo justifique, lo cierto es que al perro se le considera impuro y al gato no.

He vuelto ahora a Essaouira y se ven perros balduendos vagabundear por las calles, pocos, pero nadie los molesta. El Corán dice que no hay que maltratar a ningún animal y que todos deben ser respetados. En sus suras y aleyas (capítulos y versículos) se habla de afecto hacia los animales en general desde la hormiga al camello.

Algunos musulmanes sostienen que un perro impidió que el arcángel Gabriel visitase al Profeta y que de ahí vendría su animadversión a los canes. Lo que sí está claro es que Mahoma amaba a los gatos, especialmente a su gata Muezza. Un día la encontró dormida sobre la túnica que se tenía que poner, y para no despertarla recortó el trozo de la tela sobre el que reposaba y se puso la vestimenta cercenada para que la gata siguiera durmiendo.

Otra historia cuenta que un gato evitó que una serpiente venenosa mordiese a Mahoma, quien agradecido le acarició en la frente dejándole una marca en forma de “M”, diseño que aún puede verse en muchos gatos. Aunque de esto también hay una versión cristiana que nos lleva al Portal de Belén con un Niño Jesús llorando y un gato que se acerca y lo consuela. Agradecida, la Virgen María acaricia al felino y le deja la marca en forma de “M”, esta vez de María.
Muchos gatos de Essaouira no tienen dueño, sino que son cuidados y alimentados por la comunidad. Son lo que en inglés de se denomina “mog”, gato sin pedigrí. Parece que tienen su coto de caza en las cafeterías y bares.

Lo cierto es que se ven muchos gatos, pero ni una sola rata. Las mesas de las terrazas son sus dominios y da la sensación de que ellos saben perfectamente que silla es de cada cual. Puede que te encuentres ocupado por uno de ellos el asiento de la tetería en el que ibas a sentarte, no intentes echarlo. Siéntate en el de al lado, comparte el espacio o espera que se vaya por sí solo. Él está en su casa y tú de visita.

Los gatos de Essaouira son también los protagonistas de algunas de las pinturas que se venden para turistas y como si lo supieran se tumban junto a ellas y dejan que el visitante los fotografíe. Original y copia.
Rara vez piden, rara vez aceptan algo de extraños. Casi nunca se pelean entre ellos, pacíficos se respetan.

He conocido a un ssuiri (un essaoirense) que me dijo que tiene 9 perros de raza tratados a cuerpo de rey. Se llama Nabil Benjelloun y se define como “dog lover” en su cuenta de Instagram. Es el director del hotel Sofitel Essaouira Mogador Golf & Spa, un cinco estrellas de lujo, uno de los mejores de la ciudad en el que hay gatos, claro está, pero también perros, aunque estos sean esculturas de resina de poliéster. Son una docena de buldog franceses del artista galo afincado en Marruecos, Alain Gerez, repartidos por las zonas comunes del hotel. Unos retozan sobre cojines, otro mira aupado a una barandilla. El que preside el centro del vestíbulo, negro petróleo, está en un equilibrio casi imposible sobre sus dos patas delanteras. Mira fijo a la entrada del hotel por la que de vez en cuando pasan los pavos reales que allí viven en libertad.

Essaouira, definitivamente, se está abriendo a más animales, aunque para mi siga siendo la ciudad y los gatos.

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