Cuando en la mañana del 9 de enero salí a la terraza de mi casa, no daba crédito a lo que veía. Todas las superficies horizontales próximas o lejanas aparecían totalmente cubiertas de nieve. En Madrid no es normal que nieve, y si lo hace esporádicamente una o dos veces al año, no suele cuajar y se derrite a las pocas horas. Esta vez ha sido especial, la peor nevada en 114 años (1877) dejó un espesor de 50 centímetros en el centro de la ciudad.
Como suelen decir las crónicas, ni los viejos del lugar recordamos nada igual. En 1971 fue la última nevada fuerte, pero no la recuerdo tan espectacular, ni las crónicas dicen que lo fuera. Entonces no había teléfonos móviles ni cámaras digitales. Esta vez ha sido tan demoledora que, a petición del Ayuntamiento y después de que calculara que los daños materiales ascendían a 1.400 millones de euros, la ciudad fue declarada zona catastrófica.
Ya el 31 de diciembre, la Agencia Estatal de Meteorología dio el primer aviso de que una gran nevada se acercaba. Y lo reiteró el 2 de enero. Tres días después, el martes 5, elevó el pronóstico a la categoría de “aviso especial”. Filomena, una potente borrasca procedente del Atlántico Norte, se aproximaba a Canarias y luego descargaría nieve “en cotas inusualmente bajas” de la Península.
El jueves 7 por la mañana, casi como un regalo de Reyes, empezó a nevar en Madrid. Nada alarmante en principio, lo malo es que no paró en treinta horas y lo hacía cada vez más intensamente.
El viernes 8, las calzadas ya estaban totalmente cubiertas. La mayoría de los coches, salvo los 4X4 no podían circular con normalidad.
El lunes 11, el primer día laborable después de la gran nevada, empezaron a formarse las placas de hielo. Los colegios no abrieron, los camiones de la basura no circularon. Se había previsto una precipitación de unos 40 litros por metro cuadrado, pero en realidad cayeron casi 51.
Todas las calles, todos los edificios, todos los parques quedaron bajo una gruesa capa de nieve. También, claro, todos los monumentos.
En todas partes se publicaron fotos de La Cibeles bajo la nieve; de la Puerta de Alcalá; de la Gran Vía; del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol; de los leones del Palacio de las Cortes…. Tantas y tan curiosas fotos que El Museo de Historia de Madrid convocó un concurso de fotografía con el nombre “Madrid, Filomena a mi pesar”. Las inscripciones siguen abiertas hasta el 7 de marzo.
Y llegados a este punto del post, muchos pensaréis que a qué viene el título que encabeza estas líneas. No es una equivocación, el misterio está a punto de revelarse. Seguid leyendo.
Y la nieve se convirtió en hielo. La actividad madrileña se paralizó casi tanto como cuando nos confinaron por la COVID-19 en la primavera del año pasado. Uno de los actos sociales programados para esos días era la clausura de la exposición “Tutankhamon: La tumba y sus tesoros”, de la que yo había publicado alguna cosa en mis dos blogs de viajes y turismo, este mismo “Mamá quiero ser turista” y en “Orientaciones”, que está alojado en la web del diario ABC.
El último día que la exposición debía estar abierta al público era el 10 de enero, y un día antes estaba prevista la clausura oficial con asistencia de autoridades y prensa. Tuvo que suspenderse, no había quien pudiera ni quisiera ir hasta el pabellón de Ifema, en el norte de Madrid, de cara a la Sierra del Guadarrama, cubierto por un metro de nieve.
Inaugurada en noviembre de 2019, la exposición recreaba como estaba la tumba del faraón más famoso cuando fue descubierta en 1922 en el Valle de los Reyes de Egipto.
Tras haberse cerrado al público durante el confinamiento, se reabrió el 16 julio 2020 con todas las medidas preventivas sanitarias. Una primera clausura estaba prevista para el 2 de noviembre, pero la gran afluencia de visitantes hizo que se prolongara.
Uno de los monumentos afectados por la nieve fue el Templo de Debod, un edificio egipcio de 2.200 años de antigüedad, que el gobierno de Egipto donó a España en 1968 en agradecimiento por la ayuda de arqueólogos españoles al salvamento de los templos de Abu Simbel antes de que quedasen sumergidos por las aguas de la presa de Asuán.
Desde su reinstalación en el parque madrileño donde estuvo el Cuartel de la Montaña, la polémica sobre su conservación ha sido una constante. En febrero 2020, Zahi Hawass, el que fuera ministro de las antigüedades de Egipto y prestigioso egiptólogo mundial, nos decía a los periodistas que le entrevistamos en Madrid, que “el regalo del templo de Debod a España si no se cuida se debe de devolver”. Hawass pidió una solución para preservarlo de la lluvia y otros agentes. Debod es la única de las cuatro joyas nubias donadas por Egipto que resiste a la intemperie. Las otras tres, Turín, Berlín, Nueva York y Leiden (Países Bajos), se exhiben en recintos cerrados.
La verdad es que daba lástima ver esa imponente construcción cubierta de nieve, casi se oía el crujir de sus sillerías resquebrajadas por un clima para el que no fueron hechas, quedaba claro que estaba en un lugar que no le correspondía, como ver a Papá Noel en una playa caribeña.
Comentando la suspensión de la exposición de Tutankamón, otro eminente egiptólogo, Hamdi Zaki, ex consejero de turismo de Egipto para España y Portugal dijo que todo parecía ser “la maldición del faraón y su enfado por el deterioro del templo egipcio aunque Debod no sea de la época de Tutankamón, pero es también egipcio«.
No se si será verdad, pero debería serlo.
Todas las fotos de este reportaje han sido tomadas
con un teléfono móvil por Pilar Arcos y/o por mi mismo
desde la terraza de mi casa, sin salir a la calle.