Los Infiernos de Loja podrían ser un paraíso

Loja desde el balcón de cristal del hotel El Mirador. (Foto P. Arcos)

El Poniente Granadino, en el extremo occidental de la provincia de Granada, fue la última frontera de Al-Ándalus. Aquí está Loja, la puerta de Andalucía Oriental, en un valle donde se encuentran el sistema bético y el sistema penibético, muy cerca de las ciudades de Granada y Málaga.
Y a tan solo 2 km. del centro de Loja, hacia el Este, al pie del monte Hacho, hay un paraje natural en el que predomina el agua y la vegetación exuberante, que se extiende a lo largo del Genil, un río que ha nacido en la cercana Sierra Nevada y ha regado la vega de Granada. Son los llamados Infiernos de Loja, junto a la desembocadura de los arroyos Nieblín, Viñuela y Manzanil. Pero nada más alejado de la imagen que tenemos del averno. ¿Cómo se puede llamar Infiernos a un paraje verde, frondoso, fresco…?

Una de las pozas del río Genil a su paso por Los Infiernos. (Foto P. Arcos)

Ya en 1491, un año antes de la caída del Reino nazarí, en el Libro de los Repartimentos de Loja, se menciona al “Pontón del Infierno” que atravesaba el Genil.
Y Washington Irving en sus “Cuentos de la Alhambra” (1832) describe las cuevas de los Infiernos de Loja como un lugar misterioso donde estarían escondidas ingentes fortunas agarenas. “Antros oscuros de Loja, cavernas tenebrosas con ríos subterráneos y saltos de agua que infunden pavor por su ruido misterioso, aseguran las gentes que en esas profundidades están, desde el tiempo de los moros, encerrados cientos de personas, almas en pena ya, fabricantes de dinero para aumentar los tesoros que en este mundo guardan los reyes de la morisma.”
En el siglo XIX era muy popular por tierras malagueñas la expresión despectiva “¡Vete a los Infiernos de Loja!”, como algo muy lejano, allá abajo, en el barranco.

La maleza dificulta el paso por el puente en suspensión de estilo tibetano. (Foto P. Arcos)

Hoy los Infiernos de Loja presentan una de las formaciones kársticas más interesantes de Andalucía, en las que abundan los travertinos, rocas calizas porosas de color amarillento y repletas de fósiles.
Ocupan ambas orillas del río Genil, aunque la más accesible es la derecha. Recorremos un sendero de arcilla y limos de tonos rojizos y ocres y llegamos a un polémico puente en suspensión de tipo tibetano, construido para conectar las dos paredes del cañón, pero que se encuentra muy descuidado y pocos se atreven a pasarlo. Además, el camino se corta unos 200 metros más adelante.
Seguimos por la orilla derecha y enseguida aparecen unas escaleras esculpidas en la roca con peldaños de madera que conducen a un mirador y a la Cueva de los Murciélagos, donde estas criaturas nocturnas viven entre estalactitas y estalagmitas.
Murciélagos, lavanderas, ruiseñores, garcillas, chochines, petirrojos, currucas, barbos, truchas, ranas, cangrejos… una rica y variada fauna local que convive con sauces, chopos, olmos, rosales silvestres, zarzamoras y alguna que otra especie botánica rara que necesita un alto grado de humedad.

Exuberante vegetación en los Infiernos de Loja. (Foto P. Arcos)

A pesar de que el paraje fue declarado Monumento Natural en 2003, los Infiernos de Loja necesitan una urgente recuperación medioambiental. La señalización es escasa y en muchos casos está bastante deteriorada. No hay muchas barandas y es necesario colocar bancos. Habrá que aumentar la vigilancia, la limpieza en general es perfectamente mejorable y los accesos a puntos fundamentales, como la cascada de la Cola de Caballo, son complicados y no aptos para todos los públicos.
Sin embargo, los Infiernos de Loja son una maravilla y podrían ser un paraíso. Un diamante en bruto que hay que pulir.

Ventanal del hotel El Mirador de Loja por el que se ve el monte Hacho. (Foto P. Arcos)

Nosotros estábamos alojados en hotel El Mirador, un cuatro estrellas situado en la parte alta de la ciudad frente al monte Hacho. Para llegar a los Infiernos, bajamos hasta la iglesia Mayor de la Encarnación atravesando el casco histórico, desde allí seguimos como si fuésemos a la estación del Ave, pero antes de cruzar el río, continuamos por un camino que nos llevó a los gloriosos Infiernos.

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